Vino Lautaro. Lo trajo la mamá, estaban por Montevideo y
el coitadinho se quedó en casa. Hizo mucho calor, así que prendí el regador y quiso
subir al barco de los piratas. Yo era la capitana y él el grumete. Pero el
grumete mandaba, claro. Subimos a las montañas, siempre defendiéndonos de los
otros piratas, de los malvados… los hicimos puré, como era de esperarse. Cuando
yo me cansaba y tenía que ir a recostarme un rato al camarote, él seguía
luchando solo, acompañado por Aratí, que era su guardián, y se transformó en el
Dios del Fuego. Se puso un nombre, pero no lo recuerdo. Me divertí mucho, hasta que me cansé.
De noche fuimos con Caro a la Plaza Varela, nos sentamos
a charlar con unas latas de cerveza. Ella botellita y yo lata. Prefiero la lata
porque está helada. Fue una buena charla.
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