La resaca de la tormenta de la madrugada del viernes fue
fuerte. De cualquier forma, hacía calor y después de desayunar salimos para ir
a la playa. Hablamos con Elena para encontrarnos en algún lugar sin viento.
Recorrimos todas las playas hacia el este, incluso Las Grutas, un lugar donde nunca se nos ocurre ir. Me dio lástima,
porque Las Grutas siempre fue una
playa escondida, un lugar aislado y alejado de la típica pelotudez de Punta del
Este, un rincón que se conservaba relativamente aislado y agreste. Bueno, en la
falda de la ballena están haciendo unos gigantescos y horrendos complejos de
apartamentos-terrazas. En unos años, la placidez de Las Grutas desaparece. Siempre fue así en la pobre Punta del Este.
Bella y estropeada por los valores inmobiliarios, por las inversiones
especulativas, por los lavados y planchados.
Bueno, me fui del tema… buscando alguna playa sin viento,
terminamos en El Emir. Vieja playa de mi infancia. Invadida, ocupada por un
gentío más que ecléctico –la otrora playa típica de los uruguayos tenía un aire
decadente. Nos encontramos, después de superar las dificultades de
estacionamiento típicas de un espacio turístico abarrotado, con Elena y Juan, y
después con Miguel y Mónica. El baño fue muy lindo.
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